Tocado y hundido

Conocí a Adri hace ya seis años, creo, y desde entonces hemos compartido un similar gusto cinematográfico que nos lanza a ver cine compulsivamente, sin hacer ascos a géneros (bueno, Adri le hace ascos al fantástico). Compartimos nuestro odio a Ray Liotta (comparable al que Álvaro Loman siente por Val Kilmer), nuestro gusto por películas como «el último gran héroe» o «la jungla de cristal», esperamos con la misma ansia el estreno de la cuarta parte de las andanzas de Indy y las de Yipikaye Willis, y adoramos a Jack Bauer por encima de todas las cosas.
Evidentemente, tanto cine nos ha hecho encontrarnos en la sala joyas esperables (Kill Bill, Mission Impossible 3), películas de las que no esperábamos nada y nos entretuvieron (Límite vertical, La sombra de la sospecha) e incluso alguna buena película inesperada (Factotum).
Pero lo más llamativo, claro, son los truños. Y Adri y yo hemos aprendido a reírnos de ciertas películas, inclusive en el cine, inclusive aunque algunas personas nos miren mal por descojonarnos de algo que nos parece mediocre. Aún recuerdo nuestra cara de «¿comorrr?» cuando a los setenta minutos de proyección de la película sin guión Parque Jurásico 3 de repente aparecen créditos finales. Aún recuerdo nuestras carcajadas con la escena donde un niñato de siete años haciéndose pasar por Rambo untado en meado de tiranosaurio libra al protagonista de una muerte segura ante los velocirraptores. Aún recuerdo nuestras carcjadas durante todo el metraje de «El sonido del trueno». Aún recuerdo nuestras carcajadas con «Hero». Aún recuerdo nuestra incomprensión ante «Revólver», nuestros bostezos con «Brockeback Mountain, en terreno vedado» y, sobre todo, nuestras carcajadas que nos valieron miradas de odio por parte del resto de espectadores, ante la ridiculez de película que es la alabada «Tigre y dragón».
Y claro, hay quien no comprende que a veces vayamos al cine a sabiendas de que vamos a ver un truño y con la intención de reírnos a carcajadas.
Como pasó ayer. Fuimos a Kinépolis a ver Poseidón, la nueva de Wolfang Petersen (otro de esos tipos que nos arrancó bostezos, éste con «la tormenta perfecta». Sí, perfectamente aburrida).
– ¿Proyección analógica o digital?- nos pregunta el taquillero.
Fieles amantes de las nuevas tecnologías y sobre todo de las pantallas gigantes y de la sala 25 de Kinépolis, escogemos digital.
– Como pase como en Superman no vuelvo- digo yo. Para el que no sepa qué pasó en Superman, que lea el artículo de Adri.
Vamos a por las palomitas. En las pelis buenas no comemos palomitas, pero gilipolleces como esta se merecen un regalito. Llegamos, vemos una promoción, regalan el juego de King Kong o el de Alejandro Magno. No nos interesa. Pedimos nuestro menú y entonces…
– ¿Queréis King Kong o Alejandro Magno?
Ok, se nos queda cara de «¿Queremos mierda o peste?». Habíamos comprado el menú con la promoción sin darnos cuenta. Lo juro. Elegimos King Kong.
Vamos a la sala riéndonos de lo surrealista de la situación.Terminan los trailers, empieza la película y… ¡tachán! no se oye. Como en Supermán. Evidentemente, Adri y yo empezamos a descojonarnos de la risa. La señora de delante se gira indignada y nos manda callar. Me dan ganas de decirle que aunque ella esté viendo los créditos y el barco digital, el sonido que oye no es el de la película. Prefiero reírme. Cortan la proyección. Se oyen silbidos en la sala. Vuelven a poner la peli desde el principio, esta vez con sonido, y gracias a dios, no vuelve a ocurrir nada. Eso sí, creo que me costará regresar a la sala digital de Kinépolis.
En cuanto a la peli… Pues mira, empieza con una animación digital del barco y de Josh Lucas corriendo por la cubierta que te anuncia de qué calibre van a ser los efectos especiales. Vamos, que cantan más que los alerones de Hulk. No sé qué pasa en Hollywood ahora que quieren hacerlo todo digital aunque no resulte creíble. Tal vez quieran hacernos creer que sí lo es, pero no funciona. No funcionó con King Kong, ni con Supermán, y tampoco funciona ahora. Prefería los efectos especiales de bodrios como Wild Wild West, que al menos me los creía. O los de Matrix, Terminator 2, etc.
La peli dura 90 minutos, y la verdad es que le sobran diez, sobre todo al principio, cuando el bueno de Wolfang quiere presentarnos a los personajes y lo hace con conversaciones sin interés y cruces absurdos. Desde el primer minuto puedes apostar por quién muere y quién vive y es dificil que no aciertes. Yo sólo fallé uno, que creí que iba a morir y sobrevivió. Adri falló dos.
Aparece la ola (gracias por hacer que fuera más impactante que la de «la tomenta perfecta») y el grupo de protagonistas deciden recorrer el barco en busca de una salida. La película mezcla, sin ningún acierto, las escenas de estrés y angustia con conversaciones que no vienen a cuento pero que imagino que su objetivo es profundizar en los personajes (jajaja).
En el hueco del ascensor ocurre la primera muerte, y si veis la película por favor fijaos en el cable que sujeta al pobre desdichado mientras «cae» al abismo. ¿No había dinero para borrarlo?
Más. ¿En EEUU los niños nunca mueren, ni siquiera en las catástrofes? Y otra cosa, ¿Por qué tienen que poner a los adolescentes como si fueran super héroes? Entre los protagonistas hay un chaval de unos 18 que resulta herido en una pierna al principio. Es un niñato, pero de repente, en medio de la película, actúa como si fuera el lider del grupo: «Seguidme, este es un buen camino». A lo que te dan ganas de contestar «¿Y tú qué coño sabes?».
En fin, la peli resulta más entretenida de lo que parecía, a pesar de todo (ya que yo sólo he recalcado lo malo) pero desde luego Wolfang Petersen tiene que empezar a pensarse los proyectos en que se involucra, si es que le dejan involucrarse en más después del batacazo que ha sido Poseidón.
Cuando salimos, eso sí, fantaseamos con la idea de hacer un trailer de «Poseidón 2» siguiendo la estela de ese maravilloso trailer de «Titanic 2«. Sí, de vez en cuando se nos va la pelota.
¿Lo mejor de todo? Llegamos a casa e instalamos King Kong, casi excitados por la idea de jugar con Kong a destruír todo lo que aparezca por delante, ya que la verdad es que jugar con Jack nos daba igual. Claro, el juego empieza situándote en la piel de Jack. E inmediatamente descubrimos por qué el juego no se vendió masivamente y han acabado regalándolo con un bol de palomitas y dos refrescos. El visor gira incontrolablemente hacia el cielo o bien cuesta demasiado girarlo. Los movimientos son torpes y absurdos. Con esa dificultad añadida no hay quien se pase un puto juego, así que nos matan tres veces y nosotros, que sólo queríamos destruír un poco del mundo con Kong decidimos salir de esa puta mierda de juego. Como era de esperar, King Kong no desbanca del Top a Monkey Island. Aunque los dos vayan de monos y Kong presuma de gráficos.