Mi día de hoy ha sido extraño. Por la mañana he visitado la exposición temporal sobre Picasso que hay en el Museo del Prado a seis euros la entrada y por la tarde me he ido al cine a ver La joven del agua, a seis euros con cincuenta la entrada. Entre medias, una muy mala noticia que me ha dejado un mal cuerpo que durará varios días… como poco.
Pero me quería centrar en la película, porque Shyamalan ha dirigido una de las historias más hermosas que he visto desde Big Fish. Y es que «La joven del agua» es una fábula emotiva, divertida y preciosa.
Nuevamente, un error de la compañía distribuidora de las películas de Shyamalan el anunciarla como si fuera una historia de terror. Ni «El bosque» era de terror ni lo es esta joven de agua.
¿Tiene un par de momentos atemorizantes? Por supuesto que sí, pero, ¿acaso no lo tienen todas las fábulas y todos los cuentos? ¿No se asustan los niños al ver a la bruja malvada, al genio de Aladin, al malvado Scar de «El rey León»? ¿No existen siempre en todas las fábulas unos personajes malvados y atemorizantes que no dudarían en aniquilar al protagonista en pro de sus siniestros planes? Pero se vuelve a caer en la idiotez de catalogar a un director, escritor o lo que sea, por la película, libro o lo que sea que le trasciende al éxito. Si Shyamalan dirigiera «La vida de Brian» la distribuirían con un trailer oscuro que simulara una historia de terror.
Y así, haces que mucha gente no acuda a ver tu película. Una película que vale la pena ver. Es predecible, sí, completamente, pero eso no es lo importante de la película. Sabes lo que va a pasar y no te importa porque lo que quieres ver es cómo te lo cuenta Shyamalan. Y lo hace mostrándote la humanidad de los vecinos de esa urbanización tan peculiar. Y sobre todo gracias a la ayuda de Paul Giamati que está increible en el papel.
Cuando termina la película, uno tiene la sensación de que la raza humana aún no se ha ido al garete y que las cosas pueden cambiar si nos unimos y luchamos por ese cambio. Uno puede llegar a creer por un momento en las hadas, en los cuentos que escuchábamos cuando éramos niños, en las narf… aunque ello implique que, como bien explicó el director en «El protegido» todo tenga su contrario y tanta bondad y belleza conlleve la existencia del mal.
Lo duro es salir a la calle después de haber devorado «La joven del agua» y darse cuenta de que el ser humano está perdido y ya nadie cree en las hadas. Y ya nos enseñó Steven Spielberg hace años lo que ocurre cuando no se cree en las hadas.
Quizá «la joven del agua» no sea una película para niños, pero sí es una película para adolescentes y adultos que quieren recuperar aunque sea durante una hora y media esa inocencia que teníamos cuando éramos niños y podíamos permitirnos creer en seres fantásticos. Le sobran cosas, cierto, y es arriesgada la manera en que está dirigida, al estilo Shyamalan, utilizando el fuera de cuadro como un personaje más y dejando tanto a la imaginación del espectador. Aunque utiliza dicho recurso menos que en Señales, claro. Pero en defintiva, es una película bonita. Bonita como lo es Big Fish. Habla de la redención humana, de la capacidad de creer a pies puntillas, de la unión.
Habla de fantasías.