Finalizada esta cuarta temporada sólo puedo decir «Bravo».
Breaking Bad es, hoy por hoy, una de las mejores series que hay en televisión actualmente, si no la mejor, por mucho que le pese a los madmenianos. Y su actor principal, Bryan Cranston, es de lo mejorcito que se ha puesto ante una pantalla en mucho tiempo, de ahí sus tres Emmys seguidos por su papel de Walter White.
Hay quien dice que esta cuarta temporada ha bajado el listón. No lo creo, la verdad. Es cierto que las cosas eran mucho más divertidas cuando Walter y Jesse no eran más que unos pringados que intentaban ganarse la vida como fabricantes de meta en un mundo dominado por gente malvada y peligrosa. Pero Walter y Jesse juegan ya en las grandes ligas y los problemas a los que se enfrentan son otros. La serie ha madurado, y tal vez eso haya afectado en que hay menos momentos cómicos, pero el pulso narrativo sigue siendo perfecto.
Además, hemos ganado a Saul Goodman, que siempre es un plus.
Lo que si he echado de menos esta temporada, y mucho, de hecho, son los momentos Walter-Jesse, aquí separados por exigencias del guión y de su crecimiento como personajes. Juntos son el mejor tamdem y aquí hemos tenido poco de eso, la verdad.
Pero ha sido una gran temporada. Con un par de capítulos finales de lo más tensos y explosivos (tengo que añadir que el final del capítulo diez, con Walter desesperado buscando dinero para desaparecer mientras es sentenciado a muerte y descubriendo que no le queda un puto duro me pareció increíble. Sólo por esa secuencia, Bryan Cranston merece ganar el Emmy una vez más).
Vamos a echar de menos a un par de personajes, eso seguro, y gracias a Vince Gilligan por no hacer un final de temporada tan hijoputa como el del año pasado. En este caso, la cosa ha quedado cerradita. Sabemos que habrá quinta y última temporada, aunque me cuesta imaginar sobre qué versará después del final de la cuarta, pero desde luego, será un game-change.
Ah, el giro final no me pilló por sorpresa. Para nada. No por ello es menos bueno.
Larga vida a Walter White.
Breaking Bad es, hoy por hoy, una de las mejores series que hay en televisión actualmente, si no la mejor, por mucho que le pese a los madmenianos. Y su actor principal, Bryan Cranston, es de lo mejorcito que se ha puesto ante una pantalla en mucho tiempo, de ahí sus tres Emmys seguidos por su papel de Walter White.
Hay quien dice que esta cuarta temporada ha bajado el listón. No lo creo, la verdad. Es cierto que las cosas eran mucho más divertidas cuando Walter y Jesse no eran más que unos pringados que intentaban ganarse la vida como fabricantes de meta en un mundo dominado por gente malvada y peligrosa. Pero Walter y Jesse juegan ya en las grandes ligas y los problemas a los que se enfrentan son otros. La serie ha madurado, y tal vez eso haya afectado en que hay menos momentos cómicos, pero el pulso narrativo sigue siendo perfecto.
Además, hemos ganado a Saul Goodman, que siempre es un plus.
Lo que si he echado de menos esta temporada, y mucho, de hecho, son los momentos Walter-Jesse, aquí separados por exigencias del guión y de su crecimiento como personajes. Juntos son el mejor tamdem y aquí hemos tenido poco de eso, la verdad.
Pero ha sido una gran temporada. Con un par de capítulos finales de lo más tensos y explosivos (tengo que añadir que el final del capítulo diez, con Walter desesperado buscando dinero para desaparecer mientras es sentenciado a muerte y descubriendo que no le queda un puto duro me pareció increíble. Sólo por esa secuencia, Bryan Cranston merece ganar el Emmy una vez más).
Vamos a echar de menos a un par de personajes, eso seguro, y gracias a Vince Gilligan por no hacer un final de temporada tan hijoputa como el del año pasado. En este caso, la cosa ha quedado cerradita. Sabemos que habrá quinta y última temporada, aunque me cuesta imaginar sobre qué versará después del final de la cuarta, pero desde luego, será un game-change.
Ah, el giro final no me pilló por sorpresa. Para nada. No por ello es menos bueno.
Larga vida a Walter White.