Black Mirror es probablemente la más arriesgada de las propuestas televisivas que ha dejado el 2011, una verdadera joya inglesa presentada en formato de tres capítulos de entre cuarenta minutos y una hora de duración, sin conexión ninguna entre ellos pero grandiosos los tres.
El primero, El himno nacional, es una absoluta obra maestra. En él, la princesa de inglaterra es secuestrada y la única condición para que sea liberada es que el primer ministro acepte salir en televisión, en directo, follándose a un cerdo. Así, tal cual. Las caras del actor que interpreta al Primer ministro cuando se entera son brutales. El calvario mental y moral al que se ve sometido mientras las horas pasan y debe decidir si aceptar o dejar que la princesa sea asesinada están narrados con pulso envidiable.
El segundo y tercer episodios nos presentan dos futuros distintos entre sí. En uno de ellos, se critica el poder de los medios valiéndose de una brutal burla a los programas como «Tú sí que vales», pero lo mejor de ese capítulo no es eso, sino la ironía que se encuentra al comprobar el resultado que obtiene el protagonista con su gesto de amor… y lo que obtiene cuando el gesto es de venganza.
El último episodio es una maravilloso drama sobre celos en un mundo en el que puedes volver a vivir cada momento que ya has vivido, prestando total atención a los gestos, detalles y palabras que has pasado por alto.
En serio, una maravilla de miniserie.
El primero, El himno nacional, es una absoluta obra maestra. En él, la princesa de inglaterra es secuestrada y la única condición para que sea liberada es que el primer ministro acepte salir en televisión, en directo, follándose a un cerdo. Así, tal cual. Las caras del actor que interpreta al Primer ministro cuando se entera son brutales. El calvario mental y moral al que se ve sometido mientras las horas pasan y debe decidir si aceptar o dejar que la princesa sea asesinada están narrados con pulso envidiable.
El segundo y tercer episodios nos presentan dos futuros distintos entre sí. En uno de ellos, se critica el poder de los medios valiéndose de una brutal burla a los programas como «Tú sí que vales», pero lo mejor de ese capítulo no es eso, sino la ironía que se encuentra al comprobar el resultado que obtiene el protagonista con su gesto de amor… y lo que obtiene cuando el gesto es de venganza.
El último episodio es una maravilloso drama sobre celos en un mundo en el que puedes volver a vivir cada momento que ya has vivido, prestando total atención a los gestos, detalles y palabras que has pasado por alto.
En serio, una maravilla de miniserie.